Los corsarios nos llaman piratas

Autoría: Javier de la Cueva.
Tags: Colaboraciones en otros mediosPropiedad intelectual.

(Artículo publicado en la revista Yorokobu del mes de julio de 2014).

Nos cuenta Adrian Johns, en su formidable obra «Piracy. The Intellectual Property Wars from Gutenberg to Gates», que el término pirata se utiliza desde el siglo XVII para fenómenos ajenos al mar. Y si entonces comenzó a aplicarse a fenómenos literarios, hoy en día ya pocas cosas escapan a la posibilidad de ser piratas: hay taxis, medicamentos, ropa, artículos electrónicos, de lujo y complementos piratas. Todo lo que es una imitación es pirata e incluso hay mantras sobre países piratas: ¿cuántas veces hemos escuchado acríticamente que España es uno de los países donde más se piratea? Y decimos acríticamente porque con 1.300 millones de chinos y 1.200 millones de hindúes, nos suena extraño que logremos tal título con sólo 47 millones de habitantes. En fin, quizás este mantra tantas veces repetido bobaliconamente por los medios de comunicación tenga algo que ver con los accionariados comunes en el capital de las editoras de medios y de la industria del entretenimiento y se deba a esos amigos perversos para la verdad señalados por el filósofo del derecho italiano Ferrajoli: dinero para hacer política e información, información para hacer dinero y política, política para hacer dinero e información.

Pero, ¿quiénes nos llaman piratas? Ya Cicerón, citado por Agustín de Hipona, señalaba el diálogo entre Alejandro y un pirata al que había apresado: Mas porque yo ejecuto mis piraterías con un pequeño bajel me llaman ladrón, y a ti, porque las haces con formidables ejércitos, te llaman rey. No han cambiado mucho las cosas desde entonces ya que quizás la persona que nos ha llamado piratas con mayor vehemencia fue Teddy Bautista, antiguo emperador de la SGAE y hoy sujeto a causa criminal por apropiación indebida del dinero de los autores, esos con cuya defensa se le llenaba la boca y en nombre de los cuales profería insultos a los usuarios de ordenadores. Nada mejor que llamar piratas a los demás para acallar los propios defectos: reprochar moralmente a los demás para justificarse a sí mismo siempre ha sido táctica de bandoleros.

¿Existe lo pirata per se? La piratería no es más que una infracción legal y como tal puede suponer la transformación de un objeto legal en pirata de la noche a la mañana. Así ocurrió en Potes (Cantabria) cuando entró en vigor la ley que prohibía la fabricación y distribución de orujo casero. A partir de ese momento comenzaron a producirse encuentros furtivos en la calle Cántabra, la de los bares, donde en lugar de traficarse con costo, se traficaba con orujo casero pirata. Incluso cuentan que un pequeño ganadero, agradecido con el comportamiento favorable de un inspector de trabajo, le quiso obsequiar con una botella de orujo casero. Lo que no se comenta es si el inspector la aceptó. Igual ocurre con la propiedad intelectual: toda nueva tecnología ha sido tildada de pirata hasta que finalmente los usos han quedado santificados. Así sucedió con la radio, el cine, la televisión, el vídeo, la fotocopiadora y el célebre «Home Taping is Killing Music» que se decía de esas musicassettes que iban a matar la música.

Quienes nos llaman piratas esconden su condición de corsarios. Si tienen ustedes la paciencia de mirar las memorias anuales de las entidades de gestión de la propiedad intelectual (SGAE, CEDRO y cía.) y suman los importes del canon por copia privada que cobraron estas organizaciones sólo en los ejercicios 2009, 2010 y 2011, resulta un total de 224.043.127 euros. Los que hayan seguido el caso del canon digital sabrán que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea declaró en sentencia de 21 de octubre de 2010 que este cobro era ilegal. Los que además lean el Boletín Oficial del Estado sabrán que el Real Decreto 1657/2012, de 7 de diciembre, ordenó que estas cantidades no se devolvieran.

Así que la próxima vez que le llamen pirata recuerde que los corsarios y los piratas sólo tenían una diferencia entre sí: mientras unos poseían formidables ejércitos, los otros operaban con sólo un bajel.