Durante las jornadas de los 100 días de Creative Commons en España, personalmente destacaría un dato: la cantidad ingente de derechos de autor que estaba naciendo dentro de la sala Antonio Palacios del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Comencé a pensar en ello cuando Cory Doctorow, en el centro de la mesa, posó su cámara de fotografía digital sobre un vaso y, utilizándolo como trípode improvisado, sacó dos fotografías a sus frentes izquierdo y derecho.
Antes de eso, había pronunciado su discurso, que él escribió. En el wiki de preparación de las jornadas, se publicó una traducción. Hubo muchas más fotografías digitales (gracias Alvy), hubo grabación en audio y proyección del teaser de un vídeo.
Durante la mañana, en la Residencia de Estudiantes, hubo cinco discursos que habían creado los intervinientes. También hubo cámaras, un proyector, micrófonos y altavoces.
Así pues, resumiendo: escritores, editores, productores fonográficos y videográficos, fotógrafos, traductores… Esa actividad cotidiana, la presentación de unas licencias, fue, conforme la legislación vigente, una multitudinaria génesis de derechos de autor.
A la hora de escribir este artículo, todo se está colgando de la Red. Se está replicando. Se están escribiendo crónicas y comentarios, esto es, hay más autores que ahora escriben sobre los primeros autores. Se colgará el audio de las presentaciones, se publican las fotografías.
Y toda esta creatividad se halla sometida a unas normas sobre propiedad intelectual que mantienen que si nada se dice, está prohibido copiar, distribuir, difundir y transformar. En la Red, nada es así, todo se copia, se distribuye, se difunde y se transforma. Y se alimenta con aparatos, cables, equipos y materiales antes carísimos y ahora de consumo multitudinario: hasta los teléfonos permiten que nazca el derecho de autor, convirtiendo a cualquiera en un fotógrafo. legalmente hablando.
«La tradicional división entre productores y consumidores de información, bienes y servicios queda radicalmente alterada en la Red. Los usuarios acuden directamente a las fuentes de información y se convierten ellos mismos en productores». La cita es de la magnífica tesis doctoral de IGNACIO GARROTE, “El derecho de autor en Internet”, cuya compra y lectura reposada recomiendo a todos los interesados en estos temas. La alteración de la mencionada tradicional división entre productores y usuarios es lo que vivimos ayer.
Este es el ambiente en el que Creative Commons existe: un mundo en el que los creadores y usuarios de las obras se confunden y se alimentan unos a otros, sin necesidad de intermediarios que impongan sus criterios y condiciones comerciales.
En el mundo físico las cosas son diferentes. Hacer una copia cuesta dinero y la transmisión de un objeto implica la desposesión del mismo. En el mundo digital no es así. Desde el Derecho romano, «similes similem quaerunt», tratar de manera igual objetos que son diferentes es una de las bases de la injusticia. Olvidar que hoy todos somos autores es otra.
Ante esta situación, Creative Commons, buscando la racionalización de los derechos de autor en un mundo en el que la realidad no coincide con las premisas legales, pone a disposición del público sus licencias. Ante la promiscuidad de obras y autores, las licencias CC nacen sin olvidar el mundo físico para ajustarse pragmáticamente como un guante a su hábitat natural: la Red.