Tecnología, cancamusas y religión

Javier de la Cueva
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Antes del verano, una persona de mi profesión me solicitó por correo electrónico, muy amablemente, una entrevista para que le diera mi opinión sobre temas relacionados con el Metaverso. Su interés era integrar mis palabras en una investigación académica. Dejé pasar el tiempo sin contestarle porque tenía dudas sobre cómo responder. A principios de septiembre, pasadas las vacaciones de verano, esta persona me volvió a insistir sobre la petición de entrevista.

Dada su insistencia, no tuve más remedio que sincerarme y expresar mi opinión clara: no perdamos el tiempo con cancamusas avaladas por falsos profetas.

Mi respuesta (he modificado alguna expresión por cuestión de estilo) fue la siguiente:

Estimadx xxxx:

Muchas gracias por su mensaje e interés en entrevistarme.

Lamentándolo mucho, es un tema que creo que no tiene ningún interés y no merece nuestra atención pues es una pérdida de tiempo que podemos dedicar a cuestiones más relevantes.

Le recomiendo la lectura del siguiente artículo. Donde dice “quantum computing” lea usted “metaverse” y la situación resulta idéntica en ambas tecnologías.

En mi opinión, el metaverso es la subsiguiente cancamusa con la que nos intentan hacer creer que hay evolución tecnológica, que llega la revolución y que, por supuesto, eso es digno de inversiones millonarias. Nada cualitativo lo diferencia de la hace ya años fallida “Second Life” y es un perfecto candidato para englobar la lista de tecnologías pasajeras (ICQ, Messenger, My Space, Orkut, Facebook…) cuya vida es análoga a la de los bares que se ponen de moda un tiempo y luego se vacían.

La vida de estas estafas depende de que les prestemos atención, cosa que no hago más allá de la que es necesaria para ver en qué consisten. Ir más allá es, en mi opinión, perder el tiempo.

De las referencias que he ido seleccionando sobre estas cancamusas, le recomiendo la lectura atenta de las siguientes:

En síntesis, le reitero mi agradecimiento queriendo entrevistarme pero entiendo que el metaverso no es un tema académico lo suficientemente relevante como para que capte nuestra atención. No estoy nada de acuerdo con dedicar atención al “hype”, ni tampoco, una vez detectada su falsa importancia, con cabalgar académicamente sobre el tema, puesto que no sería más que seguir su juego e incrementar precisamente esa fanfarria que no es más que infoxicación.

Con posterioridad a enviar este mensaje he tenido la oportunidad de leer America’s False Idols, un artículo en el que Scott Galloway, profesor de márketing en la “New York University’s Stern School of Business”, avanza el contenido de su próximo libro. Describe cómo en los últimos 25 años el sector que se ha elevado hasta la cima económica ha sido el de las Big Tech. Parte de las ganancias, como viene siendo habitual en el mundo en el que vivimos, se ha destinado a la compra de la clase política, eso que llamamos hacer lobby:

In 2000, tech companies spent $7 million courting legislators. Twenty years later, they spent nearly $80 million—more than the commercial banking industry did ($62 million) and approaching the lobbying budget of the oil-and-gas industry ($112 million).

La cuestión, continúa este autor, consiste en que “hemos derribado a los viejos dioses y los hemos reemplazado por la idolatría a los innovadores”, en una “religión profundamente implantada en la cultura de la tecnología”, con un valor económico concentrado en seis empresas: Meta (Facebook), Amazon, Appel, Netflix y Microsoft, que en el verano de 2021 representaban el 20 por ciento del índice Standard & Poor’s 500 (índice que representa la capitalización bursátil de 500 grandes empresas que cotizan en bolsas norteamericanas).

En estas empresas, sus directivos se aseguran el control a través de la creación de dos clases distintas de acciones, que se diferencian por el derecho a voto en la junta de accionistas. Conforme Galloway, este control opera en el 43% de las empresas que salen a bolsa. Frente a los mecanismos de antaño, donde la propiedad y las decisiones estaban más repartidas, en las empresas tecnológicas el poder se concentra cada vez más en un cuerpo reducido de personas.

Habrá que leer el libro de Galloway para ver cómo desarrolla sus argumentos, pero en sus palabras vuelve a aparecer el concepto de tecnología como religión, que resulta digno de análisis. La idea viene de lejos, no es suya. Ya en 1994, un artículo en la web The Chronicle of Higher Education, Technology as Religion, se hizo eco de la conferencia de la Academia Nacional de Ciencias norteamericana en la que se promovía el uso de los ordenadores y de juegos de entretenimiento para “reinventar la escuela”. La conferencia no incluyó sesión alguna para analizar si los datos empíricos apoyaban tal transformación, si bien uno de los ponentes fue Douglas Glen, vicepresidente del gigante de los videojuegos Sega of America Inc.

Pero más allá ha de citarse la obra del pensador Ivan Illich (Viena 1926 — Bremen 2002), quien en 1992, en conversación con David Cayley, ya decía lo siguiente:

Ellul, a principios de los años ochenta, comenzó a observar que la sociedad tecnológica solo puede explicarse como una perversión de los ideales cristianos. Y esto lo afirmaba cuando justamente yo había empezado a entender que la ingeniería intencional [concious engineering], consciente de los medios susceptibles de devenir elementos rentables, era la raíz común de la tecnología y de la teología sacramental. Los sacramentos, según la teología cristiana anterior a la separación entre católicos y protestantes, son signos efectivos. Inevitablemente, producen lo que simbolizan.

Lo que ha ido creciendo cada vez más es mi interés en analizar no sólo lo que los instrumentos hacen, sino lo que dicen a una sociedad y por qué ésta acepta todo lo que dicen como una certeza (Cayley 2013, p. 75).

Illich explica esta idea en su texto de Homenaje à Jacques Ellul (traducción libre):

Durante 10 buenos años después de encontrarme con usted, Señor Ellul, he concentrado mi estudio principalmente en aquello sobre lo que la técnica operaba: qué hacía al entorno medioambiental, a las estructuras sociales, a las culturas y a las religiones. He estudiado el carácter simbólico o, si usted lo prefiere, el carácter perversamente sacramental de las instituciones que profeen la educación, el transporte, la vivienda, la sanidad o el empleo. No me arrepiento. Las consecuencias sociales de la dominación mediante la técnica, que convierte a las instituciones en contra-productivas, deben ser comprendidas para medir los efectos sobre la hexis (el Estado) y la práxis que definen la experiencia de la modernidad. Hay que mirar su horror, a pesar de la certeza de que va allende nuestros sentidos.

(Pendant dix bonnes années après ma rencontre avec vous, Monsieur Ellul, j’ai concentré mon étude principalement sur ce que la technique opérait: ce qu’elle faisait à l’environnement, aux structures sociales, aux cultures et aux religions. J’ai étudié le caractère symbolique ou, si vous préférez, perversement sacramentel des institutions pourvoyeuses d’éducation, de transport, de logement, de soins de santé ou d’emploi. Je ne le regrette pas. Les conséquences sociales de la domination par le moyen de la technique, qui rend les institutions contre-productives, doivent être comprises pour en mesurer les effets sur l’hexis (l’état) et la praxis qui définissent l’expérience de la modernité. Il faut regarder leur horreur, en dépit de la certitude qu’elle dépasse nos sens).

El metaverso, blockchain y los NFTs forman en mi opinión parte de estos nuevos sacramentos. Se aceptan por una buena parte de la sociedad con absoluta certeza, sin un mínimo análisis, y a quienes los criticamos se nos indica que no sabemos, esto es, que no estamos tocados por la gracia de Dios todopoderoso y por ello no formamos parte de sus comunidades, las únicas que nos pueden iluminar en nuestra ignorancia. Poco hay que separe a estos grandes gurús de aquellos charlatanes que nos prometen la salvación. Cuando en mis clases alguien del alumnado defiende los NFTs, hago siempre la misma pregunta: ¿En qué parte de la pirámide estás? Todavía no he obtenido ninguna respuesta, ni siquiera en forma de ¡aleluya!

Referencias

Cayley, David (2013). Conversaciones con Ivan Illich. Un arqueólogo de la modernidad. Madrid: Enclave de libros.